domingo, 29 de noviembre de 2009

Nuevas guerras.

-No lo puedo creer con tanta tecnología que tenemos, con tantos avances científicos que logramos, pero nunca nos preocupamos por el agua, y ahora no tenemos ni una gota para beber. –Exclamó un sujeto de veintidós años, con una mirada de preocupación.

-Oye, oye, oye, no culpes a la tecnología por esto, si no fuera por ella, no tendrías ese brazo y mucho menos que funcione.

-Él tiene razón, no es culpa de la tecnología, sino del egoísmo del hombre –Se puso de pie una hermosa jovencita de cabello castaño e ideas enmarañadas.

-Sea quien sea él que tenga la razón, no vamos a poder regresar en el tiempo ni advertirles de lo que les va a pasar a los hombres de los primeros años del dos mil, a nuestros abuelos. Ésta es nuestra situación, y ya no podremos hacer nada al respecto. –Protesto una fina voz desde un lugar oscuro.

Las tres personas que habían comenzado con la discusión, que estaban sentados alrededor del fuego en un cuarto cerrado, voltearon instintivamente al lugar de donde provenía la voz.

-¿Puedo acercarme con ustedes al fuego? Allá afuera empieza a hacer mucho frío, y eso que todavía no llega la noche.

-Claro –respondieron todos al unísono e hicieron un espacio para la mujer que se aproximaba.

Pasaban los minutos, uno tras otro, tras otro, muy, pero, muy despacio, pareciera que las manecillas del reloj no cambiaban, a pesar de que tuviera pilas. Nadie hablaba, por que no querían secar su garganta, sabiendo que no hay nada que tomar, sólo se veían uno al otro, con miradas penetrantes.

Intentaban retirarse y momentos después regresaban, por que no soportaban el frío, tampoco querían caminar, para no agotarse y sentir sed, sabían muy bien, que en el primer instante en que sintieran sed estaban perdidos. No había absolutamente ninguna gota de agua.

-¿Alguien quiere un poco de comida?... –preguntó la recién allegada al grupo –quizá el jugo de las manzanas nos repongan el agua que hemos perdido... –dirigió su mirada a todos –si sabemos racionarlas, nos podrán durar hasta el tiempo de lluvia.

No contestaban nada, todos se dirigían la mirada, pero sin decir nada, hasta que aceptaron y le dieron las gracias.

-¿Cómo te llamas?

-No creó que importe mucho mi nombre... pero si quieres saberlo... Lilia, ¿y tú?

-Antonio. Mucho gusto en conocerte –Le estrecho la mano mientras le daba una buena mordida a su manzana, quien le salpicaba con su dulce jugo la frente.

-Pronto ya ni van a haber manzanas, no va a haber nada, por el simple hecho de que ya se va a acabar el agua. –Mientras hablaba veía fijamente su manzana –Todo por culpa del hombre, quien con su tecnología no cuido el agua.

Eso es mentira, cuantas veces quieres que te lo repita. –Replicó el hombre delgado de lentes gruesos. –Cuanto más digas que por culpa de la tecnología se va a acabar el agua no quita el hecho de que tú tengas tu brazo y que si no fuera por ella tampoco estarías vivo.

-¡Preferiría estar muerto!, así ya no tendría que preocuparme por la falta de agua.

Todos volvieron a quedar callados por esta espontánea respuesta, pero nada ganaban con intentar matarlo, y mejor optaron por dejar de discutir. Después de unos instantes nuevamente Lilia interrumpió aquel desquiciante silencio que los envolvía.

-Oye Antonio, perdona mi pregunta, pero ¿qué te paso? ¿Por qué dicen eso?

-Veras... es una historia algo larga... pero... bueno al fin no tengo ya ningún lugar al cual ir: Hace unos años, en la fabrica donde trabajaba tuve un accidente, una fresadora cayó sobre mi brazo, haciéndolo trizas al instante, perdí mucha sangre, mis compañeros de trabajo me llevaron al hospital, no recuerdo como me llevaron, pues ya iba casi inconsciente cuando llegue... Bueno te voy a contar la versión corta; en fin, no me querían atender en el hospital por que no tenían bolsitas de sangre, de mi tipo, y mis compañeros tampoco eran compatibles, entonces llegó el científico-doctor –levanto su mano y apunto con el dedo al hombre que lo contradecía –Él llegó y les dijo a los doctores que el tenía un tipo de sangre y una prótesis, que todavía eran experimentales, pero que podrían servir. Me preguntaron si aceptaba ser conejillo de indias, en ese momento no quería morir, así que acepte.

-Esa sangre fue la salvación para varias personas –intervino el científico-doctor.

-Pero ahora es nuestra perdición.

-Cálmate Antonio. Doctor ¿de qué era esa sangre?

-Bien, como Antonio te iba diciendo, yo llegue a ese hospital con esa sangre, fue mera casualidad, yo iba de hospital en hospital pidiendo que experimentaran con mi invento, hasta que llegué a él pude llevarlo a cabo. Tiempo atrás mi esposa murió de desangramiento y en ningún hospital le pudieron hacer un transplante, eso fue lo que me llevó a experimentar. Esa sangre era una mezcla de glóbulos rojos con agua, mucha agua, pero tratada, por supuesto, primero la destilé, después le puse carbohidratos, vitaminas y un poco de glucosa, después la calenté un poco y la combiné con todos los tipos de sangre, el cuerpo la asimila y estimula al corazón a crear más sangre, se podría decir que es un estimulante para los ventrículos derecho e izquierdo y al miocardio. Su prótesis, que es de mi propia invención, también ocupa mucha agua, al no poder llegar sangre a la prótesis lo que lo mantiene en buen funcionamiento es agua.

-Eso es algo por lo que culpo a la tecnología de acabarse al agua, la utiliza indiscriminadamente.

-Pero la tecnología es lo que te mantiene vivo, a mí también. –Contestó la hermosa jovencita –No sabía quién creo esa sangre, pero me mantiene viva, a mi me hicieron una trasfusión sanguínea con eso. Si la tecnología no se hubiera acabado el agua, como tu afirmas, alguien más lo hubiera hecho... –tomó una pausa para suspirar. –Cuando había agua, todas las personas sin excepción la desperdiciaban, por que decían “Cuando se acabe el agua yo ya voy a estar muerto; así que, ¿de que me preocupo?” Esa actitud ahora nos está costando cara a todos y quizá, los que decían eso, todavía viven muriéndose de sed como nosotros, pagando su inconsciencia.

Minutos después las pocas personas que estaban en ese lugar se quedaron dormidos recapacitando en lo que había dicho la joven.

A uno de ellos lo despertó la sed, se sentó, abrió su mochila lo más lento que pudo para no despertar a nadie, sacó una botella, la destapó y tomó su líquido lentamente. Para su desgracia tosió, por la enfermedad que le aquejaba y todos despertaron, sorprendidos por ver que él era el único poseedor del vital líquido.

-Eres un maldito envidioso. –Gritaron al unísono, tratando de calmar su ira.

-Ahora sí la tecnología es la culpable de haberse acabado el agua.

-Yo no soy la tecnología, -replicó el científico-doctor –por lo tanto no la culpes.

-No la sigas defendiendo y dame esa botella, tengo mucha sed.

El científico se negó en darle su agua. Antonio completamente segado por la ira, se dejó ir sobre de él. Las mujeres intentaron detenerlos, pero nada podían hacer contra dos hombres salvajes que no saben compartir y racionar lo que poseen.

Antonio golpeó fuertemente al científico, él cual, por inercia, aventó lejos la botella, que al impactarse en el piso se rompió una parte de ella; las cuatro personas cuando se iban a dirigir frenéticamente por ella, se detuvieron al escuchar en el cielo algo que rompía el aire, un sin número de aviones de guerra, cien veces peores que los aviones stuka, en las alas llevaban la bandera del país natal, listos para enfrentarse contra otros hombres que tienen más agua.

Mientras tanto el agua de la botella se derramaba y desperdiciaba, muriendo poco a poco, llevándose consigo la vida en la tierra.

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