domingo, 4 de octubre de 2009

EL ARMARIO

En esta ocasión, me doy el permiso de publicar un cuento que escribí hace unos dos años aproximadamente, espero les guste

EL ARMARIO

-¿Has escuchado ese ruido? –dijo el infante apenas en susurro abrazando fuertemente el brazo del adulto.

-Sí, lo oigo con claridad, siento que su respiración suena en mi cabeza. –Le contestó Ramón.

Los pasos de aquella criatura se aproximaban poco a poco hacia el armario en donde estaban escondidos. La criatura se movía de un lado a otro impacientemente buscando a sus presas, pero no podía encontrar nada, así que empezó a olfatear y a escuchar con mucho cuidado.

Ramón y Arturo trataban de no moverse ni respirar para que esa cosa no los pudiese encontrar. Por un diminuto orificio del armario, Ramón podía observar lo que hacia el engendro sin que él lo pudiera ver. Para el engendro, el armario sólo era una parte de la casa, no podía apreciar lo que tenía enfrente, gracias a que los papas de Arturo años atrás tapizaron ese cuarto del mismo color y forma con las puertas del armario.

La criatura, con más que intentaba no podía encontrarlos y poco a poco se retiraba de aquella habitación, permitiendo que sus habitantes pudieran respirar con mayor facilidad.

-Parece que ya se va. –Susurró Ramón.

-Déjame ver por el hoyo, no sé que es lo que pasa.

-No lo creo conveniente, no te muevas o nos escuchará.

-Si ya no está no nos podrá escuchar y nos podemos ir, vamos que esperas abre la puerta.

-¡No! –exclamo Ramón en tono de mando para que aquel niño lo obedeciera. –Tenemos que esperar a estar seguros que ya no está, sino nos arriesgaremos mucho y yo no quiere morir, tengo familia que depende de mí y no quiero terminar como tus... –calló meditando en lo que estuvo a punto de decir.

- ¿Qué? no te oí ¿qué dijiste?

-Olvídalo, nada importante.

Nuevamente llegó a ellos otro momento de silencio, los dos trataban de escuchar algún ruido en su alrededor, esperando el momento oportuno de salida, aunque, llegó un momento en el que Ramón deja de escuchar y se sumergió en sus pensamientos.

-Maldición, no se por que me tenía que meter a está casa, sus gritos de ayuda no eran algo de mi incumbencia, y por eso ahora voy a morir sino cuido de mí. A lo mejor si no hubiera visto a esa silueta salir corriendo no hubiera entrado. Nunca creí que una criatura de ese tipo se pudiera llenar de tanta rabia, a atacar con tal violencia. Jamás me hubiera imaginada poder ver algo así: sangre regada por todas partes, extremidades cercenadas, cabezas con caras de sufrimiento, de horror, de temor; las pupilas dilatadas, esos ojos llenos de venas enrojecidas, por lo que sufrieron; lagrimas secas en las mejillas; caras deformes, carcomidas envueltas en sangre; vísceras en todas partes: en el piso, la mesa, escurriéndose por las ventanas; con marcas de mordidas. Si en ese momento me hubiera ido ahora estaría en casa, con mis hijos, más tarde mi esposa me consolaría por los gritos que escuche, hubiera llamado a la policía, ¡pero no!, ¡estoy aquí!, con la muerte a unos pasos de mí, esperándome allá afuera del armario, sin miedo de matar a otra persona. ¿Por qué no me fui? Por buscar sobrevivientes, ahora tengo que estar lidiando con un niño voluntarioso y consentido, que con su conducta, lo único que va a lograr es que nos maten a los dos, no quiero morir, necesito vivir. ¡Señor ayúdame por favor! No me dejes morir aquí, tengo que vivir, no me abandones ahora, te necesito demasiado. Por favor...

Un llanto ahogado interrumpió su pensamiento, su sufrimiento de saber que va a morir y que su Señor ya no lo escucha por haber pecado.

Aprovecha para secar el frío sudor que brota de su frente y concentrarse en lo que debe de hacer.

-Oye...mmm...mmm...mmm

Los pasos de la criatura nuevamente se acercaron, pero ahora más ruidosos y dispuestos a encontrar a los que faltaban, entra al cuarto, pone sus manos sobre su cabeza, voltea de un lado a otro y golpea la pared que da al pasillo del cuarto, una y otra vez, sin sentir dolor, brinca, emite un sonido, parecido a un chillido o un aullido, voltea a otra pared y también la golpea, vuelve a emitir ese sonido y a saltar, quedando de frente al armario, golpea la pared junto al mueble, estiró sus brazos y volvió a golpear y a emitir ese aterrador sonido, por lo cual no se percató del cambio de sonido entre la pared y la madera. Dejó de golpear y brinco emitiendo ese gemido, lamento o aullido, al caer al piso se dejó desplomar en él y terminar acostado

-¿Qué pasa?

-No sé, se acostó en el piso.

El pequeño no sabía que hacer, estaba espantado por los golpes, pero al enterarse que el engendro se tendió en el piso, echó a reír, pero afortunadamente Ramón alcanzó a ahogar esa risa delatadora.

La criatura se puso de pie y se sentó en la cama viendo fijamente el espacio donde debe de ir el armario y alcanzó a ver lo que para él era un punto negro, pero en verdad era el agujero por donde veía Ramón.

Poco a poco, la cosa se aproximaba a esa abertura, y Ramón tapaba con más fuerza la boca de Arturo, pero, sin apartar el ojo de la rendija. Cuando la criatura estuvo a sólo unos cuantos paso del agujero, Ramón instintivamente aparto su ojo de ahí, colocando su dedo índice para que la criatura no pudiera ver lo que pasaba dentro del armario.

Al llegar el engendro al hueco puso su ojo para poder ver, pero no aprecio nada y con el tacto alcanzó a sentir el dedo y la madera, notando que, había algo extraño en ese lugar, así que olfateó, hasta que pudo percibir algo distinto que le provoco duda y que abriera más sus endemoniados ojos.

El sudor que escurría por la mano que tapaba la boca de Arturo, provocó que éste sintiera frío y asco por tal motivo se desprendió de la mano de Ramón, se disponía a ponerse de pie, pero el adulto que lo cuidaba lo jalo hacia él metiendo la cabeza del niño en sus costillas para tapar sus gritos.

El engendro notó que había alguien escondido e intentó abrir la puerta haciendo su voluminoso cuerpo hacía atrás y dejándose golpear contra la puerta fuertemente. Ramón colocó su espalda en la pared y sus piernas en la puerta para que la criatura no pudiera abrirla.

Al notar la criatura que no podía abrir de esa forma el armario, se retiró aparentemente derrotado. Ramón tuvo oportunidad de descansar.

-Creo que no va a regresar –susurró el pequeño poniendo la cabeza en alto.

-No estoy seguro, escucha con atención...

-No oigo nada, ya hay que irnos de aquí. –Replicó el niño subiendo cada vez más el volumen de su voz.

-No, nos quedamos y será mejor que me obedezcas... y no escuchas nada por que no te puedes quedar callado.

En los cuartos del piso inferior la criatura buscaba algo con que poder abrir esa puerta y acabar con las dos vidas de los que se esconden.

El ruido que hacía se escuchaba en las casas contiguas, pero los hogares que construyó el gobierno están en muy mal estado y en cualquier momento se pueden desplomar, así que la mayoría de los dueños optaron por irse, los pocos que quedaban, sus casas estaban muy lejos unos de otros.

-¿Crees que pueda abrir la puerta? –Exclamó el niño con mucho temor.

-No lo sé.

-¿Y qué vamos a hacer?

-Tengo una idea...

El engendro mientras hacía ruido para sacar la herramienta adecuada para abrir la puerta, alcanzó a escuchar un pequeño sonido. No sabía si ese sonido en verdad lo escuchó o sólo estaba en su mente. Pronto lo iba a saber, encontró un martillo con el cual podría romper fácilmente la puerta.

Despacio, pero muy despacio la criatura avanzaba por la estancia, las escaleras y el pasillo hasta llegar al cuarto de Arturo. Esbozó una macabra sonrisa, hizo sus brazos hacia atrás y los impulso hacia delante dejando caer el martillo sobre las puertas de madera del armario.

Al escuchar el golpe Arturo se aferró fuertemente al brazo de Ramón e intentaba meter su cara en el bíceps del mismo, para así tratar de callar su llanto. Mientras tanto el adulto se metía más y más a la pared, tratando de no gritar cuando la madera se estremecía.

La criatura golpeaba la madera sin cansarse, hasta que por fin pudo romperla lo suficiente para retirarla con su brazo. Con sus manos agarró una parte rota de la puerta y la jaló a él para retirarla.

Arturo y Ramón se escondían entre la ropa guardada, espantados por lo que oían.

La criatura saboreaba sus siguientes asesinatos, ya sentía la tibia sangre escurrir en sus manos, bañarse en el líquido vital de las partes mutiladas. Cuando al fin abrió por completo el armario...

-¡Ahhhhhhhhhh!

Arturo y Ramón se taparon sus orejas, los agudos gritos del engendro taladraban sus cerebros, sentían que ellos también iban a gritar para sacar el aterrador sonido que escuchaban, pero ambos se aguantaron esas ganas.

Mientras la criatura terminaba de romper el armario, los sobrevivientes susurraban entre ellos:

-Fue buena idea habernos escondido en otro armario. –Dijo el pequeño agradeciendo la audacia de su compañero.

-Si ya lo creo. Si no nos hubiéramos ido de ahí ahora seríamos cadáveres.

-Oye... –Se detuvo para tragar saliva. – ¿sabes qué le paso a mis padres?

-¿No lo sabes?

-No. ¿Están vivos?

-¿Pues qué estuviste haciendo que no te diste cuenta?

-Estaba en mi cuarto, a punto de agarrar unos juguetes y ponerme a jugar. Escuche gritos y golpes me asusté y me escondí debajo de la cama.

Bueno... cuando... –Se detuvo y suspiró para tomar valor para decirle lo que paso –Yo siempre camino por esta calle de regreso de trabajar, normalmente dos horas antes que hoy, pero me quede a trabajar horas extras, y cuando estuve a unos metros de tu casa, había escuchado gritos y al pasar enfrente de tu casa me imagine que esos gritos provenían de aquí, te confieso que no hubiera entrado, a no ser, que vi una silueta salir corriendo, decidí entrar y averiguar que estaba ocurriendo. Al entrar vi muertos en el piso, mi primer reacción fue de huir, pero mi mente me decía que buscará sobrevivientes, vi a la criatura en la cocina husmeando, me dio desconfianza, subí y te encontré.

-¿Y de los muertos que viste, eran mis padres?

-No lo sé.

-¿Cómo eran?

-No los pude distinguir.

-¿Por qué no?

-...

-Contéstame. –Nuevamente subió el tono de su voz.

-Cállate, nos va a descubrir.

Los dos quedaron callados, ni uno ni otro se atrevía a hablar. Eso les ayudó a escuchar que la criatura estaba destruyendo los armarios de los demás cuartos.

-¿Y la silueta que viste?

-Estaba muy oscuro. Sólo sé que era un hombre, gordo y de baja estatura.

-Ah. Creo que era mi primo él siempre ha sido cobarde.

-Escucha eso, esta rompiendo todos los armarios, tenemos que huir mientras el hace ruido.

Ambos se pusieron de pie. Ramón abrió el armario poco a poco, asomó la cabeza, dio un rápido vistazo y salió, dándole la mano al niño, caminaron y se apoyaron en la pared a un costado de la puerta, esperaron un ruido fuerte. Este llegó y corrieron sin hacer ruido hacia las escaleras.

El infante se deslizó sobre el ensangrentado pasamano hasta llegar al piso. Ramón intento bajar las escaleras lo más rápido que pudo. En su carrera se resbaló con una marca de sangre impregnada en el escalón, cayó estrepitosamente, rodando por todos los escalones.

Arturo lo intentaba levantar pero no podía. El engendro al escuchar la caída se dirigió a las escaleras. Se alegro demasiado al ver a los dos sobrevivientes al filo de las escaleras y se lanzo sobre ellos, bajando de dos en dos los escalones.

Por la oscuridad, Ramón nada más distinguía las garras retractiles del engendro, las mismas con las que pudo cercenar a sus antiguas víctimas.

Por medio de la angustia se pudo levantar y caminar cojeando. Cuando estaban cerca de la puerta, la criatura saltó sobre él, derribándolo, después le propino un certero golpe al frágil niño, cortándole las venas del cuello, el chorro de sangre brotó al instante, esparciéndose por toda la puerta.

Antes de detenerse a destripar al niño, el engendro fue en busca de Ramón. Pudo saber donde estaba por que él al cojear hacía mucho ruido. Cuando lo tuvo enfrente sonrió presumiendo sus blancos colmillos que resaltaban en la oscuridad.

Ramón se paralizo del miedo y no pudo defenderse, sólo recibía los zarpazos otorgados por el engendro, el sudor que lo empapaba a él y a su ropa, paso de ser frío y ligero a ser tibio y espeso, a cada cortada que recibía se hacía más y más espeso.

No podía defenderse sólo pensar.

-Si no hubiera visto esa silueta corriendo, estaría con mi familia y no muriendo.

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